Anochecía. El año que terminaba había sido convulso y las reuniones, sobre todo al atardecer, eran frecuentes. El Tribunal Supremo había dictado sentencia, por el que condenaba a los cabecillas de un grupo, por el grave delito de violar la pacífica convivencia de una tierra totalmente indefensa, por cuanto los violadores eran, precisamente, los que tenía obligación de protegerla, al haberse comprometido a ello, bajo promesa o juramento.
Cataluña, que era su nombre, nació con la bendición de los dioses. Gozaba de bellas playas bañadas por aguas del Mediterráneo, con uno de sus mejores puertos; de alta montaña, con blancas pistas de esquí; de ciudades, del mejor corte europeo, con masas de turistas inundando sus calles; y sus gentes, ingeniosas, cogidas de la mano, en corro, podían tener el placer de bailar sardanas, una de las danzas más hermosas del mundo.
Esta venus del mediterráneo, logró sus vestimentas, pagando una parte importante, con la mano de obra y el ahorro del resto de España. La Caja de Ahorros de Salamanca, durante el franquismo, de cada peseta que ahorraban los salmantinos, y, lógicamente, el resto de Castilla, la mitad se iba a las provincias vascas y la otra mitad a Cataluña, para que pudieran montar las industrias que ayudarían, y complementarían, la agricultura del resto de España, y las riquezas que producían los mares que bañaban las rías gallegas.
Por decisión de sus habitantes, recompuesta la nación a la muerte del dictador, le entregaron las tierras catalanas, para que la custodiaran y engalanaran debidamente, a un grupo presidido por un individuo, aparentemente honesto y sensato, que resultó ser un falso y corrupto trilero, disfrazado de hombre de Estado. Los colegas nacionales que debían controlarlos, consintieron los desmanes que se iban poniendo de manifiesto, en parte por necesitarlos para ejercer sus propios y ambiciosos planes, en parte por cobardes, cumpliéndose el dicho de que los sinvergüenzas medran por la cobardía de los demás. Tal descontrol, desató la insaciable apetencia de grupos afines, que renunciando a la pudorosa decencia que se esperaba de ellos, trataron de apropiarse de la, ahora, hermosa criatura.
Para ello trasgredieron las leyes vigentes en la nación, y con la media verdad de que votar no es delito y el derecho a decidir, alentaron, como los nazis, el orgullo del pueblo, logrando engañar a una parte importante, que, ingenuos, creyeron que tales grupos luchaban para que viviera mejor la comunidad, como si fuera posible pensar, que los que han infringido las leyes, que habían jurado cumplir, cuando tuvieran el mando de la nueva nación, e hicieran sus propias leyes, procurarían hacerlas en beneficio de todos. Estos dictadores, travestidos de demócratas, intentaron adquirir para si, un territorio que era de todos. El Supremo les impuso la misma pena que les hubiera impuesto, si hubieran violada a una niña indefensa que tuviera el mismo nombre. El delito de sedición, es de la misma gravedad que la violación.
Y, el Partido Socialista, dirigido por un tal Sánchez, el mentiroso, al igual que hizo el año 1.934 en Asturias, preparó el levantamiento contra el orden constitucional, formando gobierno con los comunistas de Podemos, con los terroristas de Bildu, y con los citados delincuentes, que, como digo, ya lo habían intentado, iniciándose, de nuevo, entre los españoles, la lucha fratricida. ¡Qué triste!