Escritos en Alaró

UN LIBRO
No recuerdo el día que leí un libro por primera vez. Lo que si recuerdo es que cuando llegaban las vacaciones de verano allá por 1946, me iba a bañar a un recoveco del Tormes, llamado “cabildo” con una novela de J. Mallorquín, o Doc. Savage. Durante mucho tiempo solo leí novelas, - hasta una diaria – y los libros de texto del bachillerato. Después, pasaron los años, y aprendí, que los libros son un puñado de páginas, mejor o peor encuadernadas, que siempre te enseñan algo. Al principio, las reglas básicas sobre las que se sustentará la vida intelectual de cada persona. Después, cada paso que das, lo dirige la enseñanza correspondiente de uno, o varios, libros. Así las leyes determinan los derechos de las persona, a partir del momento en que el feto, o nasciturus, es engendrado; establece las relaciones comerciales, mediante los contratos y las obligaciones derivadas de los mismos; los pagos que deben realizarse a favor de la Hacienda, para contribuir a los gastos de la nación y redistribuir la riqueza; estipulan lo que le ocurrirá a nuestro cuerpo, después de la muerte, y el destino de nuestros bienes, a través de las disposiciones testamentarias.
Los libros nos describen el mundo, y la forma de vida de otras sociedades. Nada sabríamos, de ellas, sino existieran los escritos dejados por generaciones anteriores. Nos muestran la silueta de la tierra, sus ciudades, sus horizontes, sus montañas y sus valles. Nos enseñan el fin último de las cosas, a través de la filosofía. Nos dejan constancia del destino que, cada una de los miles de religiones, poseedoras de un dios propio, le otorgan al alma Nos permiten viajar a mundos desconocidos, a parajes ilusionantes, volando sobre la fantasía de las novelas; nos visten con el traje de cualquier profesión, arte u oficio, en los personajes teatrales, y, sirven de base a las quimeras, a las ilusiones y ensueños que se representan en las películas.. Y, en el colmo de su eficacia, nos transmite la palabra de un dios mudo y desconocido, y nos describe las bondades del paraíso, a pesar del misterio que rodea a la más larga noche, cuando el silencio es eterno.
Y un libro, siempre es fiel. Siempre está dispuesto a que lo uses. Puedes tenerlo en la mesilla; a la cabecera de la cama, para consultarlo en cualquier momento, durante la noche, o, puedes almacenarlo en una vieja estantería olvidada, soportando el paso del tiempo y cubierto de polvo, pero cuando lo necesitas, puedes abrirlo con total confianza, porque sigue siendo el amigo que nunca te decepciona.

