Muchos no lo supieron ver. Algunos, estúpidamente, creyeron en sus promesas. Otros, en fin, porque la vida era dura, prefirieron creer en los milagros, a pesar de que, tales profetas, no hablaban de amor, que es, como siempre se ha dicho, el soporte de los milagros. Sobre medios de comunicación amigos, que son los púlpitos desde los que, actualmente, se predican estas falsas doctrinas, criticaban no solo las actuaciones del gobierno, sino cualquier iniciativa, de cualquier partido, que pudiera ser atractiva. Consideraban insuficientes las partidas del presupuesto asignadas a la educación, lo que daban a entender que los estudios deberían ser gratis, no solo los que se realizaban hasta los dieciséis años, que ya lo eran, sino los de cualquier clase. Exigían concesiones de becas, aunque, los que las solicitaran, no aprobaran el curso, llegando al contrasentido de que defendían el otorgamiento de tales subvenciones para estudiar, pero sin necesidad de hacerlo. Defendían a los grupos que, en cualquier manifestación destrozara el mobiliario público, con el sorprendente argumento de que algunos bancos habían llevado a cabo desahucios de viviendas.
Con el mismo criterio, defendían a los que, aprovechando los actos públicos, atacaban a la policía, o trataban de asaltar el Congreso. Prometían la subida de salarios mínimos así como las pensiones y, predicaban, a boca llena, “su” democracia, consistente en acatar, solo, las leyes que les convinieran, y atacar a los que no pensaran como ellos, llegando a usar, para demostrar la firmeza de sus objetivos, las tetas de alguna de sus dirigentes, que, como se sabe, exhibidas sin pudor en los momentos adecuados, ha sido un arma eficaz desde el principio de todos los tiempos.
Nunca explicaban, el sistema de lograr lo que prometían. Ellos, con la ayuda de un dios, en el que no creían, serían capaces de que todo el mundo tuviera sus ingresos asegurados, aunque no trabajaran. Prometían honradez total, sin corrupción, pero el número dos de la cúpula directiva, cobró quinientos mil euros del, al parecer, gobierno de Venezuela, y constituyó una sociedad, declarándolos a través de tal entidad, con lo que ya metía la mano en la caja de Hacienda al no pagarle, como buen corrupto, unos ochenta mil euros. Lo pillaron porque todavía era un aprendiz de delincuente. No sabemos lo que hará si llega a manejar dinero público, pero, como presumen de no ser casta, aplicará el adagio del pueblo “el que parte y reparte se queda con la mejor parte”.
Y, aunque se creía imposible, lograron el poder, porque, parece, que el Pueblo, o no tiene memoria, o quiere ser engañado, y ocurrió que los ricos, con sus empresas, habían desaparecido, porque, los ricos, pueden ser muchas cosas, pero no son tontos; la clase media, cuando el Gobierno dijo que no pagaría las deudas, corrió a sacar su dinero de los bancos, porque, recordando a los griegos, se dieron cuenta que sus ahorros peligraban; las empresas al no tener el crédito, tuvieron que reducir su actividad, lo que supuso el despido de muchos obreros y empleados, que al no poder consumir, causaron el cierre de comercios y bancos, con lo que transformaron tanto maná, en miseria, como puso de manifiesto la televisión griega en aquellos tiempos.
Y, cuando la que fue “esta España mía, esta España nuestra”, se dio cuenta, ya se había empezado a vivir como los venezolanos, cuyo gobierno, protector de estos teóricos hacedores de milagros, ha logrado que ya no haya ni papel higiénico, – quizás para evitar que lo usaran para limpiar su pestilente Revolución Bolivariana – o como en Cuba, cuyos Castro, predican “Revolución o muerte”. Revolución para enriquecerse ellos, y muerte, para los ilusos que se creían, que los beneficios de tal Revolución, los disfrutarían todos.