
SEPTIEMBRE EN ALARO, DE NUEVO
Siempre supones, cuando el calor de Agosto te abruma, que Septiembre será la liberación, la entrada de un deseado otoño que nos devuelva la posibilidad de pasear, cosa imposible, en muchos días, del pasado mes. En este que ha comenzado, no ha llegado la lluvia. Los cipreses se agostan al no recibir el agua que necesitan. Las puntas se endurecen, como sarmientos de parra, pasada la vendimia. Las algarrobas inundan el suelo, formando un manto de marrón oscuro, como si el árbol, se desnudara del ramaje innecesario para pasar el invierno que presiente
Caminando por mi pequeño jardín pude comprobar que la parra sigue sin tener racimos de uvas incipientes, y, como en años pasados, las abejas habrían empezado a picotear, abriendo la pulpa a unos pájaros, incapaces de hacer tal labor, pero eficientes para terminar con el grano empezado. Las azaleas, como siempre, han vuelto a levantar levemente sus ya marchitas flores, como personas que, en el comienzo del otoño, rejuvenecen, al darle el fresco en la cara, olvidando, de momento, que inexorable, y lentamente, llegará el invierno. Y la rosa, mi rosa, aquella que marca con su deshoje, el rápido paso de mis años, había vuelto a enrojecer -sostenida en un tallo crecido,- con una belleza renovada.
La noche, como siempre, por este tiempo, llegó entre brumas, que apenas permitían ver los cielos cuajados de estrellas, a los que nos tiene acostumbrados el verano. Y, lentamente, como haciéndose esperar, para asombrar a los espectadores de este gran teatro, fue apareciendo la luna, que era llena. Espectacular, enseñoreándose del paisaje, en el que, únicamente, cabía ella. Era la luna que hace crecer las mareas, inundando las playas o batiendo los acantilados, como si representara, al mismo tiempo, el amoroso abrazo de la esperanza, y la embestida violenta, que no ha cejado, desde que el hombre habitó la tierra. Era le expresión de la gloria que se atribuyen los vanidosos, que, apenas unas horas más tarde desaparecerá, dando paso a un sol que iluminará, con mayor potencia, mayores e inéditas glorias. Una luna real, hermosa, que seguramente asombró al Mediterráneo, reflejándose en la tranquilidad de sus aguas. Una luna que iluminó Alaró, permitiendo que las brujas, volvieran a las montañas que presiden nuestro paisaje, desde donde, aunque nadie lo crea, bendicen al pueblo, mediante oraciones desconocidas.
Ningún poeta tuvo mejor momento, para cantar a ese amor que subliman los jóvenes, cuando se arrullan mediante palabras vacías, que, paradójicamente, transmiten eternas promesas.



