Escritos en Alaró

Lunes, Santo
La velada de Lunes, debió terminar tarde. La cena preparada por Marta, mientras María Magdalena, derramaba nardo sobre los pies del Profeta, seguramente creó el ambiente para que la tertulia se alargara. La buena nueva que avalaba la revolución, pondría sobre la mesa las dificultades que entraña predicar la obligación de defender a los desamparados, cuando el mundo se mueve por dinero; o la falta de voluntad de proteger al débil, proporcionándole una vida digna, porque, tales revoluciones se entablan, teóricamente, en beneficio de los indefensos, pero con un provecho próximo, e importante, para el revolucionario-jefe, y la diferencia existente con la que estaba a punto de llegar a la cumbre, es que, la bondad del cambio de vida, a la que incitaba el Maestro, lo respaldaba con la entrega de la suya propia.
La Iglesia Católica, conmemora en este día, la exaltación de la Cruz, como símbolo definitivo de la tragedia a la que está unida, y perdura a través de los siglos.
Al caer la tarde, cumplidas las desconocidas actividades de Jesús y su grupo, se reunieron para cambiar impresiones sobre la forma en que calaba, la fina lluvia de su predicamento, en tan variopinto público. Seguramente harían planes para el cumplimiento de la próxima Pascua, para la distribución de la asistencia a los actos programados o imprevistos, y en el fragor de las discusiones, como un susurro, se oyó la voz del Maestro diciendo
«Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar».
Tal afirmación acalló los comentarios; un silencio espeso cayó sobre la tertulia, porque la entrada en Jerusalén había sido triunfal; la buena nueva que predicaban consistía, esencialmente, en el amor al prójimo; no había, pues, en sus mentes, motivo alguno, por el que el Maestro pudiera ser detenido. Pedro le hizo un guiño a Juan para que le preguntara quién, de entre ellos, cometaria tal traición.
«Señor, ¿quien es?».
Le contestó Jesús: «Aquel a quien yo le dé este trozo de pan untado».
Y, untando el pan, se lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote.
Entonces Jesús le dijo: «Lo que tienes que hacer hazlo enseguida».-
Es la primera vez en la historia de esta religión que se produce la traición, al parecer sin más intervinientes que los citados, pues, ninguno de los restantes se enteró de la felonía; porque el Miércoles, según San Mateo, Jesús reiteró la acusación, y el Jueves, Judas estuvo presente en la cena más conocida de la historia, organizada para celebrar la Pascua.
Al atardecer se produciría el decaer del ánimo en el profundo y negro fondo del desconcierto; la angustia por la situación planteada; la duda del camino a seguir en las graves decisiones sin la presencia del Maestro. Cuando se marchó Judas, Jesús les comunicó que pronto se separarían, sin posibilidad de que lo siguieran.
<Señor, ¿porqué no puedo acompañarte?, daría mi vida por Ti>.
Al día siguiente, el canto del gallo, al alba, le comunicó a la humanidad, en la persona de Pedro, la primera deserción, al menos verbal, cometida, precisamente, por el que, un día, encabezaría la Institución que nacía, y que se empezó a afianzarse con la tragedia que culminaría el Viernes.

