Estos días son especiales, porque nos traen el recuerdo de los seres que nos precedieron, a los que estamos unidos por la esperanza de otra vida, cuya existencia, sin testigo alguno que la acredite, solo se basa en el misterio que rodea a la muerte. 
              Los difuntos, aunque diga la Religión que es el recuerdo de tantas personas, cuyo nombre no tiene un día especial para su celebración, es un día de tristeza. Nunca he sabido si se debe a la angustia del recuerdo, o al otoño que me invade por la caída de mis hojas vitales, o al ambiente intemporal y nebuloso del firmamento, a veces soleado, pero siempre grisáceo. 

        El día de difuntos la mente se llena de recuerdos, sin la precisión de los perfiles físicos; sin un volumen real, que represente la figura; sin sonidos, que tantas veces nos transmitieron tristeza, o alegría, y no llegamos a recordar como actuó su compañía el alguna parte de nuestras vidas.

        Según pasan los años, unido al pensamiento de estos días, me pregunto, si los recuerdos de nuestros descendientes, se podrán comparar con los nuestros. Nosotros vivimos otras costumbres, otras carencias, otras diversiones. Aprendimos el respeto a los demás, sobre todo a los mayores. Sabíamos, que sus afirmaciones, aunque, no las aceptáramos de buen grado, iban encaminadas a que lográramos un futuro bienestar. Y lo sabíamos, porque el camino era simple y debía ser recto para seguir la norma, que, entonces, era muy importante. Había una política, mejor dicho, para la juventud, no había política, había una religión. Hoy, pienso, que la verdadera dictadura durante el franquismo, no la ejerció Franco, si no la Iglesia. 

       Y, aunque, entonces, no pensaba que la responsable fuera tal Institución, me indignaba la imposición de ideas, para ciertas actividades festivas, siempre señaladas como pecado, con lo que tal nombre tenía de tortuoso; la dificultad de leer los libros que quería leer, lo que lograba discutiendo con un cura que, de alguna forma, controlaba la biblioteca de la Universidad de Salamanca, sobre todo cuando pedía algún libro de los autores llamados existencialistas; la imposibilidad de ver las películas que nos prohibían y se veían en el extranjero; era la falta de una libertad que, sin saber lo que era, deseábamos que llegara.
          Ahora, ya lo sabemos, y, sin duda, tenemos algo más, pero, en general, se presumen medias verdades. Decía Unamuno que creaba a Dios con el corazón y lo negaba con la mente. Algo así me pasa, pero no con el Dios de Unamuno, si no con el dios de la libertad que, también, nace en mi corazón y, cuando veo la realidad, la niego con la mente,. La democracia que tenemos no es, realmente, tal, sino una dictadura de partidos, muchos regidos por mentes miserables, como hemos visto durante este año, y la libertad, es una palabra que usan, excesivamente, los que impiden que los demás la ejerzan. 

       La libertad, con fundamento en la Ley, tiene su límite, que es donde empieza el derecho de los demás. Pero que esta teoría se cumpla, es un sueño. O, quizás, cómo estos días, tristeza y melancolía.

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