Ahora que estamos en la campaña de las próximas elecciones, me pregunto, y trato de imaginarme, como se organizó  la campaña  – que terminó en  tragedia, – celebrada a partir del Domingo de  Ramos, que se  conmemora mañana. Nada se dice en los Evangelios, pero, sin duda, Cristo y su séquito, debieron   preparar los acontecimientos encaminados al encumbramiento de su líder, a  la categoría de Mesías. La comunidad judía, hacía tiempo, esperaba la llegada del que los libraría del yugo romano, del que los representaría cuando se cumpliera la esperanza de ser, de hecho,  el  pueblo de dios, y, parece claro, que  Jesús se postuló. La Iglesia, en su encubierto deseo de deshumanizar la figura de Cristo,  para presentarlo como el hijo de dios,  que pasó por la tierra con la única finalidad de predicar la caridad, haciendo milagros, se ha olvidado de que nadie predica durante tres años, sin tratar de obtener algún rendimiento, y, aunque solo sea de tipo espiritual, tiene como finalidad el cambio de la sociedad, y, lógicamente, el ánimo de encaminarla y dirigirla según su pensamiento.  Y esto entraña  organización. Pensaréis que hasta su llegada a Jerusalén, ya se le conocía como hacedor de milagros, ya se había transfigurado en el monte Tabor, predicando las Bienaventuranzas;  había expandido el conocimiento de  su poder multiplicando los panes y los peces, o vox populi había dado a conocer la facilidad de revertir la ceguera, pero cuando se decidió a ir a Jerusalén a celebrar la Pascua, es evidente que era el último tramo para alcanzar el poder. No cabe duda de que se trataba de un poder religioso, pero, aunque ahora, nos parece débil,  en aquel momento, era el verdadero poder, dada la influencia de los dioses en las decisiones de los mortales, aún en las que tomaban los principales dirigentes romanos. No cabe duda que la  buena nueva que predicaba el de Nazaret, basada en el amor y la caridad, atacaba las bases de aquel judaísmo, regido por un dios desconocido y vengativo,  incapaz de entender la fragilidad de los humanos, cuyas faltas, o pecados, se redimían con  el “ojo por ojo”.  En esta lucha, parece que el Sanedrín, cúpula religiosa del judaísmo, lo estaba esperando. Solo así se explica que el Jueves, o sea, solo tres días después de haber llegado a la Ciudad, lo detuvieran, sobre todo, teniendo en cuenta, que en tan poco tiempo, tuvieron que convencer y contratar a Judas, para que lo traicionara, reconociéndolo ante la guardia, en una estrellada noche, y en presencia de los  centenarios olivos del monte Sinaí. Todo esto  se nos ha transmitido como la palabra de dios, pero, seguramente, como a tantos revolucionarios, esta pretensión de alcanzar el poder, sin una precampaña organizada,  fue lo que le costó la vida.
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