La Danza de las Musas

El Contrato II                                  

Habían comido sin que el patrón hubiera dado señales de vida. La tarde caía, soñolienta, sobre el porche de la casa. El comienzo del otoño había suavizado los rayos solares, hasta entonces violentos. El ladrido lejano de los perros y el ataque virulento de las moscas señalaban el atardecer. Y así, sin novedad alguna, llegó la noche. No era una noche oscura de invierno, de las que atraen el ladrido del lobo, sustituyendo el canto de las cigarras. Era, simplemente, el claror del día que se ennegrece, cuando el sol se va ocultando en el horizonte, rompiendo el esplendor del campo, mientras observa a una luna desdibujada que, bajo su influencia, se vuelve fulgor rojo. Las luces aclaraban el letargo del ambiente. La esperanza suprimía lo que había sido angustia y la realidad se forjaría sobre lo soñado. Desaparecían los pájaros con sus trinos y revoloteos, y se oía, suave, el maullido de una gata, seguramente en celo.

El sol ya estaba alto cuando apareció el patrón. Parecía, más que contento, satisfecho. Ropa limpia y elegante, bien afeitado, y con una sonrisa de tranquilidad, seguramente, la del deber cumplido.

—Vengo de hacer varias pruebas con las uvas, y los técnicos se han quedado maravillados, tanto por la graduación, como por la cantidad que hemos recogido —explicó, a modo de saludo.

—Me alegro mucho —contestó Clemente.

—Bueno, vamos a lo que tenemos pendiente. Estoy muy contento con tu forma de trabajar y de relacionarte con tus compañeros, ¡ah!, y con tus compañeras, pues tengo entendido que alguna ha recibido un trato especial, sobre lo que nada tengo que decir, dado que habéis tenido el cuidado de que no transcendiera, y la cepa —dijo sonriendo—, aunque revuelta, no ha protestado, pero en el futuro, entre el personal de la casa, si no es algo serio, no debe existir ninguna relación de ese tipo. —Clemente permaneció callado, limitándose a escuchar—. Me dijiste —siguió diciendo el patrón, que querías trabajar donde pudieras estudiar. Si te interesa, aquí puedes hacerlo. A dos kilómetros, en Sainte Paix, hay una escuela que tiene clases de idiomas para extranjeros y cursos desde primaria hasta final del bachillerato, y donde, por cierto, Suzanne ha terminado sus estudios. Nosotros, en el pueblo, aportamos dinero para becas. Lógicamente, si tú quieres estudiar, trabajando en nuestra casa, te ayudaremos con mayor motivo. Te propongo lo siguiente: cobrarás lo mismo que tus compañeros, o un poco más, si sigues trabajando como ahora, y, como ellos, tendrás los beneficios sociales, tales como médico y medicinas, quince días mínimo de vacaciones, manutención, mudas y ropa de trabajo. La vendimia entra en el sueldo, puesto que es un trabajo de la finca. No hay pagas extras, como en España, pero si el año resulta bueno, a mi criterio, habrá un sobre con al menos una mensualidad. Nosotros te pagaremos el colegio, los libros y la ropa que normalmente usan los jóvenes para ir a clase. Si resultaras buen estudiante, seguirías estudiando, aunque por lo que fuera no pudieras trabajar. Al colegio tendrás que ir a pie, pero, si un día el tiempo no te lo permitiera, alguno de la casa te llevaría. Te agradecería que me contestaras cuanto antes, porque, si no te interesa, tengo que buscar a alguien, y si te interesa, en quince días hay que arreglar lo del colegio, de lo que Suzanne se ocupará, o te ayudará, porque empieza sus estudios superiores en la misma ciudad y conoce todos los trámites.

—Déjeme que lo piense, porque, aunque en principio me suena bien, quiero hacer mi composición de lugar. Mañana a estas horas le contestaré —dijo Clemente.

—Hasta mañana, pues.

 Sigue el próximo  "Alaró-Domingo

 

ALARO
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Casa Montaña
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