La Danza de las Musas XV
Suzanne
Suzanne era la hija menor del matrimonio de Edouard Ayerza y Martina Pascal. Roberto Ayerza Lerena, padre de monsieur Edouard, había llegado a Francia, procedente de La Rioja, al final de la Segunda Guerra Mundial, huyendo de un franquismo vengativo, porque, aunque nunca había pertenecido a partido alguno, había tenido buenos contactos con los partidos nacionalistas, sin más interés que aprovechar la clientela que le proporcionaban y que redundaba en beneficio de su negocio agrícola y viticultor, con el que había almacenado una pequeña fortuna. Temiendo posibles represalias de la dictadura, vendió sus fincas, traspasó el negocio y se instaló en Sainte Paix, donde invirtió parte de su capital en buenas viñas, y el resto en inmuebles en París, que empezaba, en aquellos momentos, a reconstruirse. Volvió a su pueblo a casarse con Alicia Ezcaray Herce y ambos, trabajando con la ilusión del emigrante, acrecentaron su fortuna. Del matrimonio nació Edouard, quien, a su vez, contrajo matrimonio con una francesa, Martina Pascal, heredera de las fincas colindantes. Tuvieron dos hijas, Colette —que ahora tenía veinticinco años, era abogada y trabajaba en un despacho muy acreditado de París— y Suzanne, de diecisiete, que empezaría Ingeniería Agrónoma y, en su momento, haría un máster de Economía en Sainte Paix, dado que era una magnífica estudiante. Ella sería la futura propietaria de las fincas dedicadas a la agricultura, pues su hermana, que no le tenía apego al campo, se quedaba, al parecer, con un local de negocios, dos pisos grandes y unos apartamentos de alquiler en París, y una finca de recreo en la costa francesa del Mediterráneo, a dos kilómetros de la playa, cerca de Montecarlo. Naturalmente, esta adjudicación era provisional, solo una forma de hablar entre las hermanas, porque el padre aún era joven, la agricultura no era tan sólida como los inmuebles en una gran ciudad y las ilusiones actuales podrían modificarse con el paso del tiempo y de las circunstancias.
Suzanne había nacido en París, en un parto que se preveía como difícil, aunque finalmente no tuvo complicaciones. Tomaron excesivas precauciones, porque habían perdido la esperanza de tener más descendencia cuando Colette cumplió siete años, y ese embarazo fue inesperado. La niña fue, durante mucho tiempo, el juguete de la familia. Era delgada y vivaracha. La madre y la niñera se preocupaban constantemente de la alimentación, a fin de que su desarrollo fuera normal. A los demás les atraía su simpatía, que aumentó cuando empezó a andar. En su momento la llevaron a la guardería del pueblo, a fin de que empezara a relacionarse jugando, y, como es lógico, cogió todas las enfermedades de la infancia. Al año siguiente empezó a ir a la sala de párvulos, donde puso de manifiesto que a su viveza se unía una mente sencilla que comprendía sin esfuerzo todo lo que empezaron a enseñarle. Durante su niñez, fue desobediente y muy revoltosa; jugaba continuamente, pero a la hora de aprender, lo hacía con mucha facilidad. Su pubertad, en contra de lo que se preveía, la pasó con tranquilidad y dignidad. Se relacionaba con todos los compañeros y compañeras, pero nunca participó en juegos considerados por la comunidad como indecorosos, ni tuvo relaciones desaconsejables, aunque pasó por varios enamoramientos propios de esta etapa, llevados de forma más discreta, aunque no menos dolorosa, que los de las compañeras
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