La Danza de las Musas
Prólogo
Vivo en un pueblo que no tiene mar, pero descansa en la ladera de unas montañas, realmente especiales. No son los Alpes, que alzarían sus picos hasta nuestro cielo azul, ni, salvo raras excepciones, blanquean, como las del Kilimanjaro, pero son anchas, levemente escarpadas, integran el paisaje que define al Pueblo, y cuando las estelas alargadas de nubes, se instalan sobre las casas, conforman un etéreo belén.
Las paredes son casi lisas y blancuzcas. La vegetación se ha hundido en pequeñas fisuras, formando árboles diminutos, que nunca crecerán. En la cima, la flora es abundante, con gran cantidad de pinos, que rectos o inclinados, levantan las ramas perpendiculares al cielo.
El viento, casi siempre suave, cimbrea su espíritu, en conversación eterna. Más bien en murmullo eterno, salvo cuando los relámpagos las iluminan y el trueno retumba, como una salida de tono, de tan callada naturaleza.
Si cuento el tiempo pasado, hace muchos años que vivo aquíí, pero si me fío del pensamiento, apenas unos días. El pueblo, se encuentra en el centro de una Isla del Mediterráneo, (1) que recibe, cada año, millones de personas de todas las nacionalidades.
Pienso que está hundida, en una babel de idiomas, colores, religiones, y costumbres, pero emerge al conjuro de un sol, que nunca falta a su cita, quemando los cuerpos blanquecinos que lo desafían, como un dios inclemente, que odiara su indolencia.
Para colaborar, y aprovecharse de este tiempo de recreo, llegan, por distintos motivos, personas de otros mundos, con sus anhelos, ilusiones, virtudes y defectos, y esta es la historia de quienes, un día, caminando por la vida, el destino decidió que desembarcaran en esta Isla.
[1] Plinio llama “Baleares funda bellicosa”
a estas islas hermanas de las islas Pytiusas;
yo sé que coronadas de pámpanos y rosas
aquí un tiempo danzaron ante la mar las musas
-Rubén Darío.- (Valldemosa



