La Danza de las Musas

IV.- Clemente                                   

Habían pasado dos semanas, sin diferencia alguna con la primera, incluido el sobresueldo que, al parecer, nadie más recibía, cuando el capataz manchego, - aún no sabía cómo se llamaba - le dijo que al terminar la cena lo buscara que quería hablar con  él. Así lo hizo, y juntos se dirigieron a  la casa grande, como llamaban a la vivienda de los propietarios. En un saloncito pequeño de la planta baja, estaban esperándolos el patrón y la hija pequeña, Suzanne. Al parecer eran franceses de origen español. Después de los saludos habituales, le preguntaron – ambos hablaban un perfecto español – cuáles eran sus propósitos, de cara al futuro, al acabar  la vendimia. Clemente, que se sentía cohibido y empequeñecido, por la presencia de la hija, balbuceando al darles las gracias, por la gratificación que incluían en el sobre, les dijo que no lo sabía. Que, pensaba, seguir lo que, siempre, le oyó decir a su padre, que el mejor negocio era ser serio y honrado, que la mayor desgracia era ser pobre, y que para progresar había que tener educación.  Por eso entendía que lo mejor sería tener un trabajo, donde ganara lo suficiente para vivir, y en el que pudiera ampliar sus modestos estudios. Estaba seguro de la meta,  pero  no del camino.  El patrón, le dijo que estaba muy contento con su trabajo y forma de proceder, y que vería si podían ayudarlo a que se cumplieran sus proyectos.  Cuando salieron, Clemente tenía los ojos llenos del encanto de aquella mujer, y una fuerza interior que le empujaba,  a no tener que estar cohibido ante nadie. Lorenzo, que así se llamaba el capataz, le dijo que después de la conversación en la viña, habían controlado, a través del capataz del tajo, y, por si mismos, su rendimiento, así como su forma de trabajar y de convivir con sus compañeros, habiendo quedado muy satisfechos.                                 Suzanne,  parecía interesada  en que su padre preparara un buen equipo, para ver si era posible rentabilizar una empresa, que, como casi todas en la agricultura, tenían muchas dificultades económicas.  Seguramente, pensaban  ofrecerle un trabajo en la finca, convencidos, como estaban, de que se ganaría su salario, tanto trabajando, como vigilando, lo que era muy importante para llegar a saber dónde se producían los desfases

Las semanas fueron pasando con la lentitud que acompaña al esfuerzo. Las relaciones con Genaro y su hermana cada día se hacían más estrechas. Juntos, al atardecer, muchos días, recorrían, en la memoria, los secos campos de Castilla, con la ilusión del tiempo pasado, que, aunque no siempre fue mejor, como dijo el poeta, la memoria solo recordaba lo bueno, o, endulzaba las  desgracias.  Comentaban, con entusiasmo, las lejanas reuniones de la familia, celebrando cualquier novedad que se producía, cualquier nacimiento, bautizo o boda, cualquier Nochebuena, cuando los más viejos contaban sus andanzas de juventud, como cuentos, por lo estrambótico del relato. Las salidas al campo, entonces tan  duras, ahora se convertían en graciosos comentarios, que alegraban la conversación, haciéndoles reír con estrépito;  añoraban  los momentos en que se rescolgaban del carro, para hacer más descansado el camino, o cuando recorrían los senderos que rodeaban el pueblo, para coger moras, que, aunque no compensaba ni la cantidad, ni el placer de comerlas, con los pinchazos de las zarzas, era una verdadera diversión. Les llamaba la atención que nunca hubieran reparado en la belleza de aquellos campos yermos, sin, prácticamente, ningún árbol a la vista, y, ahora, les produjera tanta añoranza. Comentaban, con tristeza, los jornales inexistentes, a causa de los tractores, de los que su pequeña economía no había podido beneficiarse, pero, enseguida, se reían recordando la trilla, subiendo y bajando de la trilladora, mientras los bueyes, cansinos, cumplían el trabajo de romper las espigas, con el pedernal existente debajo de aquel  antiguo artefacto. A veces, también hablaban del futuro. Sabían que no podrían volver al pueblo a trabajar, y, aunque lo echaran de menos en algunos momentos, ni siquiera comentaban, por sabido, que ya no serían capaces de soportar aquella vida, llena de renuncias, sacrificios y desesperanza, sin más futuro que obtener un mísero beneficio, y no siempre.

 

Sigue el próximo  "Alaró-Domingo"

 

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