Si hablamos de conmemoraciones, más que de celebraciones, deberíamos meditar sobre los hechos que la lógica nos dice como ocurrieron, no como los ha interpretado personas interesadas, por los motivos que atañen a cada uno. Dice la Iglesia que Jesús y su equipo acudieron a Jerusalén a celebrar las Pascua de Pesah, pero, toda la parafernalia del Domingo pasado, la irrupción en el templo, que acabó, látigo en mano, increpando a los cambistas, no parece que sea, simplemente, una celebración Pascual, porque, tal celebración, no implica la forma sigilosa en que se movían, ni se hubiera conmovido Pedro, al oír cantar al gallo, ni se hubiera producido la traición de Judas, porque la traición entraña la delación de un ilícito ocultado por el grupo.
Expuesta la situación, lo importante del día de hoy, a juicio de la Iglesia, es la conmemoración de la celebración de la Cena. En el Antiguo Testamento, la base de la celebración de la Pascua de Pesah, corresponde a la época de Moisés, cuando la última plaga obligó a Egipto a liberar al pueblo judío, y, cuya consigna fue pintar en los marcos y dinteles de las puertas de las casa una mancha con la sangre del cordero que, por tradición, se sacrificaba. Pero el ritual pascual, para que los judíos pudieran ser liberados, no se completaba con la muerte del cordero, sino cuando comían su carne, señalando Dios que así se celebrara cada año por la primavera, y, posteriormente, por cambios habidos, al cordero y al pan ácimo, se acompañan con unos vasos de vino. Desde entonces el paterfamilias decía las bendiciones “Bendito seas, Oh Señor Dios nuestro, que haces surgir el pan de la tierra, bendito seas que creas el fruto de la vid”
La Iglesia, como en tantas tradiciones, ha cambiado, simplemente, el nombre. La Pascua de Pesah, es la Pascua que se conmemora con la Semana Santa, y las palabras de Jesús, en esta llamada última cena, no son más que las que las Bendiciones que le correspondían decir como paterfamilias de aquel grupo, y, que Pablo, verdadero hacer del cristianismo, modifica en la Eucaristía, sustituyendo la carne del cordero y el vino, con el cuerpo y la sangre de Cristo, y, lo exalta señalándolo como el cordero de dios, que quita el pecado del mundo, liberándolo, así, de las ataduras que el pecado significa para la Iglesia.
En estas Islas, aunque existe la gran influencia de los árabes, con nombre de lugares y apellidos, los ochocientos años de su dominación, no han acabado con la tradición judía, en la que, por estas fechas, las comidas tradicionales, se basan en el cordero, como las empanadas, el frito, etc. por lo que el mandato de la celebración de este día, hecho por Dios a Moisés, se ha cumplido en el tiempo con el valor de las profecías.
Al final del día, inquieta el alma, la reunión del Getsemaní fue la meditación de las grandes decisiones; el monólogo de Jesús implorándole al Padre que haga pasar el cáliz de amargura y dolor que le impide pensar, decidir y hasta respirar; es el mismo grito de desesperanza que, cada día, emiten los desheredados de la fortuna; los abandonados de un dios, supuestamente, generoso y caritativo; los que nunca serán saciados en su hambre y sed de justicia; los niños que lloran buscando una esperanza de vida, que nunca serán consolados, y, tanto pobre de solemnidad que nunca poseerá la tierra. Es nuestro grito de angustia, ante la pandemia de desolación y muerte que nos azota.