Escritos en Alaró

Jueves Santo
Dice la Iglesia que Jesús y su equipo acudieron a Jerusalén a celebrar las Pascua de Pesah, pero, toda la parafernalia del Domingo pasado, la irrupción en el templo, que acabó, látigo en mano, increpando a los cambistas, no parece que sea, simplemente, una celebración Pascual, porque, tal celebración, no implica la forma sigilosa en que se movían, ni se hubiera conmovido Pedro, al oír cantar al gallo, ni se hubiera producido la traición de Judas, porque la traición entraña la delación de un ilícito ocultado por el grupo.
Hacia varios días que las masas rodeaban a los grupos nacionalistas que habían ido a la celebración de la Pascua con la intención de ejercitar sus reivindicaciones, y en la concentración de multitudes, – Jerusalén podía llegar a los setenta mil habitantes, – aprovechaban para predicar, cada uno su “buena nueva” que podía liberarlos del yugo, que los tenía uncidos al odiado carro de los invasores.
Aquel Cordero, que crearía posteriormente Pablo, como símbolo del amor, había tenido un rasgo de violencia que alertó al Sanedrín. Quizás por ello, las reuniones se mantenían en secreto y la Cena Pascual se organizó con el sigilo de los perseguidos. La Iglesia, como en tantas tradiciones, ha cambiado, simplemente, el nombre. La Pascua de Pesah, es la Pascua que se conmemora con la Semana Santa, y las palabras de Jesús, en esta llamada última cena, no son más que las que las Bendiciones que le correspondían decir como paterfamilias de aquel grupo, y, que Pablo, verdadero hacedor del cristianismo, modifica en la Eucaristía, sustituyendo la carne del cordero y el vino, con el cuerpo y la sangre de Cristo, y, lo exalta señalándolo como el cordero de dios, que quita el pecado del mundo, liberándolo, así, de las ataduras que el pecado significa para la Iglesia.
Con la grandeza del rito, el Maestro instituyó la eucaristía, el mandato de seguir celebrando parecidas reuniones, encaminadas al recuerdo de aquel gesto, y que los siglos han visto cumplirse, hasta límites increíbles, con la exactitud de las profecías.
Al final del día, inquieta el alma, la reunión del Getsemaní fue la meditación de las grandes decisiones; el sudor de sangre que produce la angustia de la duda; la llamada al Ser Superior a quien imploramos la certeza de la decisión, porque la derrota es visión de muerte, y, la victoria, solo un disfraz.
Para mi, es en el desenlace que Judas precipitó, en el Monte de los Olivos, cuando se gestó el amor fraterno que la Iglesia celebra el jueves Santo. El amor hacia el enemigo, restañándole las heridas inferidas por Pedro, cuando la espada trataba de cubrir la retirada, solo se da en los seres verdaderamente grandes, en los que son capaces de transformar en paz, la ira; en los que cambian escabrosos caminos por dulces vericuetos, que conducen a la armonía del mundo; en los que son capaces de impulsar la caridad, que es, en su práctica, la sonrisa del amor.


