Hoy amaneció  Alaró con el calor propio del último día de Julio. El aire cálido sobre la cara anticipaba la tormenta que     había anunciado la televisión, al tiempo que la mente se hundía en los negros nubarrones que, al parecer, se extenderán mañana sobre la majestuosa  Sierra de la Tramontana. Desde mi ventana veo las flores de las adelfas, arremolinadas y semicaidas, como si empezaran a rendirse al calor que se presiente, formando una pared de hojas verdes, que delimita los espacios.

            Han desaparecido los pájaros, que al amanecer, inundan el espacio de trinos, a veces sonoros, a veces violentos. Siempre me pregunto donde pasan las  horas de calor, donde se recluyen para cuidar la garganta que, tan alegremente, nos anunciarán el nuevo día. 

La punta de los cipreses se elevan hacia un cielo lleno de blancas nubes,  dejando espacios azules que arrastran mi pensamiento hacia mis eternas dudas, nunca aclaradas, siempre balanceándose entre los avances de la ciencia y la ignorancia sobre ese firmamento desconocido, o, entre las certezas basadas en el razonamiento, y el  misterio que rodea al mundo, cuando lo sitúas en el espacio.  

            Todo alrededor es silencio. No ha llegado el momento en que las cigarras manifiesten con su ronroneo nocturno,   la inactividad de su mundo,  el vivir al día, como si el cuidado de todas las criaturas del universo, atribuible al dios del evangelio, nos sirviera de ejemplo, o, quizás, como si quisieran transmitirnos las ventajas de ese “carpe diem” del que  tan alejados estamos los humanos. 

Es el mismo silencio que me embargaba en los calurosos atardeceres de la meseta, entre el susurro de los álamos y al borde de algún regato, tratando de coger cangrejos, cuando pasaba las vacaciones de verano en aquel pueblecito de Zamora, donde vivían mis abuelos, o cuando, pasados los años, dormíamos la siesta a la orilla del Tormes, después del lógico baño, y de haber leído la diaria novela de vaqueros, del mallorquín  M.L. Estefanía, comprada mediante la entrega de la que había leído, y unos pocos céntimos más.           

     Pero si dejo que la mente recorra mi mundo, lo que siento es el grito de una nación que se rompe, por la ambición de unos nacionalismos, destructores de la armonía que debe regir la convivencia, amparados por la cobardía de unos, la intención de los comunistas  tratando de igualarnos en la pobreza, y la de  un gobierno que miente para presumir de unos triunfos que no ha conseguido, e incapaz de encaminar el bienestar que  prometieron. 

            Hoy, en Alaró, empieza mi día.  

 

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