Hoy en Alaró, ha salido el sol. Los árboles sestean, meciendo suavemente sus copas, en la naturaleza que acoge los suaves inviernos del mediterráneo. Apenas cantan los pájaros, tan activos en la primavera, como si la temperatura acallase su don de la musicalidad, su revoloteo constante, sus idas y venidas alimentado a sus polluelos, pero que renacerá, sin duda, inundando el espacio, cuando vuelvan las mañanas en las que, la alegría de vivir, inunda los campos.
La sierra de Tramontana, resecas sus cumbres, se oculta entre la niebla que vela su eterno recato, como novia pudorosa que espera revestirse, al igual que otros inviernos, con los blancos copos bamboleantes, que nos visitan, y que, inmediatamente, se funden, al contacto con sus crestas, como la esperanza de una buenaventura.
Reina la armonía en el ambiente, el aire fresco atempera mi cara, un tanto abotargada por el paso de los años, mientras la mente se ha ido acoplando al devenir de los tiempo, adaptándose, ilusionándose, porque cree que, contra lo que dijo el poeta, el mundo será mejor, mientras el tiempo pasado debe permanecer en el recuerdo.
Las Palmeras recrean, en un movimiento de alegría, el espacio de su altura, oscilando sobre sus tallos, bajo el cielo azul que las cobija; al tiempo que sus barbas amarillean, resecas por el cumplimiento de su ciclo vital, colgando, como si hubieran exhalado el último suspiro, al cumplir la purificación que la naturaleza les tiene encomendada.
Las parras, con los troncos al aire, se han desprendido de sus hojas, ofreciendo al mundo una muestra, del olvido de clemencia que inunda el universo, señalándonos, con su rugoso aspecto, la pérdida de ideales, de aquellos que rechazan a esos desplazados por el odio, que esperan, de nuestro próspero mundo, la bondad de los pueblos, para poder vivir, y, quizás, hasta soñar.
Todo ello, mientras mis pensamientos vuelan, imaginando mundos de ilusión, espacios de libertad, para poder expresar nuestros sentimientos y deseos, sin la imposición de ajenas ideologías, que, impuestas sin el amparo de las leyes, privan de sus derechos a las personas, obligándolas a malvivir, matando sus esperanzas, olvidando que, de las tres virtudes teológicas, sin fe se puede vivir, sin esperanza no somos nada, y sin caridad, el alma muere, porque la caridad es la sonrisa del amor.