Febrero en Alaró

Febrero, nos saluda, con un día tristón, con una mañana anochecida. Las nubes cubren un firmamento, donde la lluvia parece haberse instalado para acompañarnos durante el día. La sierra de Tramontana se ha cobijado entre la niebla, arropada con su manto invernal, queriéndose resguardar, ahora que puede, de los duros rayos que la abrasarán durante los muchos meses que el sol inunda nuestras islas. Febrero nace, cuando las calmas de Enero ceden sus apacibles días, a la corta época de los vientos, que obligan al mediterráneo a romper contra las playas. Que permiten que la lluvia caiga, suavemente, sobre las calles y los campos; que las naranjas acaben de madurar, coloreando las ramas que, hasta hace poco, se vestían de azahar, perfumando los jardines. Sus flores, sirven de alimento a las abejas, que, apareándose en el aire, inician el camino hacia sus casetas donde, de forma armoniosa, fabrican la miel. Los días se vuelven grises dando, a las paredes de los edificios, un extraño color, y los campanarios, apagan la potencia de sus tañidos entre la niebla matutina. En los primeros días, la cuesta económica parece terminada, volcándose sobre los grandes almacenes el afán de las compras, que crea estrellas fugaces, cuando la mente se inunda de la publicidad, que magnifica la oferta de las rebajas. En Alaró, Febrero es la perla sembrada, la espera llorosa de la primavera, la terminación de un invierno que nunca nació. Es como el túnel que horada los montes desde los blancos almendros, y en un tránsito pobre, termina viendo, en el fondo, las flores que nacerán de las propias lluvias. Febrero pasará de puntillas sobre su cortedad, ofreciéndole a los enamorados, la renovación de sus promesas cumplidas, y la posibilidad de ponerle a San Valentín, un ramo de la flor del almendro, que, en este tiempo, inunda los campos de la Isla, dándole un color blanco-violeta, de enorme belleza. Y los Carnavales danzarán sobre las ocres tierras, en las que, llegado Marzo, se cubrirán de amapolas y margaritas.