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               Futurible - Cuento

La conocí en la primavera de nuestras vidas. El otoño se extendía sobre los encinares salmantinos, presintiendo la nieve que, en los próximos meses, caería sobre los secos campos de Castilla. No sé si fue un flechazo, - el recuerdo se debilita con el tiempo – o quizás el trato diario, en una actividad de profunda armonía, en plena juventud. Su figura se fue introduciendo en mi imaginación, con más frecuencia de la que pudiera ser normal. Nunca tuvimos una cita. No teníamos amigos comunes, pero teníamos, como he dicho, una relación diaria y, cuando no estaba presente, mi pensamiento incidía sobre ella de forma constante, y completamente diferente, a la facilidad con que olvidaba a otras con las que salía.
Pasaron los años, y a punto de terminar nuestro aprendizaje, le dije lo que pensaba, obligado por lo que tanto me atraía, y convencido de que, aquella ilusión, debía ser amor. Dudaba de su respuesta, y, dado el tiempo que había pasado sin hacer el mínimo esfuerzo para demostrarle lo que sentía, seguramente sería una sorpresa para ella. Pero, la sorpresa, fue para mí. Se le iluminó la cara, mientras afirmaba que ella también sentía una fuerte atracción, por lo que era feliz aceptando iniciar nuestra relación. Así con palabras de indisoluble compromiso, y hablando de amor eterno, nos despedimos, seguros de que, aunque iniciábamos caminos distintos, y el lugar de destino era lejano, no habría nada que pudiera romper nuestro amor, ni impedir que, un día, pudiéramos recorrer, juntos, el camino de la vida.
Pasaron los meses, durante los que fui buscando el sistema de estabilizar la profesión, con la finalidad de que se cumplieran nuestros deseos, manteniéndose nuestro amor por correspondencia.
Pasaron las estaciones y, aquella primavera se convirtió en otoño, a través del que fueron cayendo las hojas, al mismo tiempo que la ilusión.
Pasaron los años y al esfuerzo necesario para encauzar la vida, se le unía la angustia de la imposibilidad de cumplir la palabra entregada, aunque, evidentemente, aquel amor se estaba debilitando.
Ella, mantenía su promesa, pero su pensamiento iba centrándose en otras proposiciones cercanas, y, consecuentemente, atractivas y tentadoras, a las que renunciaba, pero empezaba a darse cuenta de que, el rostro de la persona amada, se iba desdibujando, y que su situación, en lugar de ser una amorosa espera, se estaba convirtiendo en una cárcel emocional, producto de una ilusionada entelequia.
Y un día, desde tierras lejanas, dudosamente enamorado, y, sobre todo, avergonzado, le encomendé a una carta, la misión de romper mi compromiso, que ella aceptó con buenas palabras, aunque, yo supuse, que con ofendida resignación.
Pasado el tiempo, cuando la vejez había mitigado los resquemores; se habían aquietado las pasiones y la vida estaba consumiendo su última etapa, nos encontramos. Mientras le pedía perdón por aquella grosera actuación, me dio un beso en la mejilla, y, ante mi sorpresa, pues esperaba cualquier cosa, menos eso, sonriendo me dijo, que era para hacer efectivo el que, mentalmente, me había enviado, cuando, por pocos días, la había liberado del dolor de ser ella, quien me enviara parecida petición.

  

 

 

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