Los lugareños, se dan cuenta del comienzo del mes, entre otras cosas, porque, en los habituales viajes a la cercana ciudad de Palma, advierten que las luces ya se han encendido para embellecerla. En estas Islas, de inviernos suaves, nada cambia. Desde el despacho, sigo viendo pasar el tiempo, y cuando miro al jardín, que se modifica al correr de los meses, me doy cuenta que, en la periodicidad de sus movimientos, todo es estable. Los cipreses conservan su verdor, recios, desafiando el empuje de las frías noches, como eternos combatientes, cuyas largas puntas, señalan al infinito; o quizás apuntando a un espacio, donde siempre se ha situado el cielo, aunque nadie sabe, a ciencia cierta, donde se encuentra, ni siquiera si existe.
Anochece temprano, y rápido, como si este otoño tardío, tuviera prisa por ver pasar los meses que sirven de transición a la primavera, explosión de amaneceres ilusionantes, de flores y de armonía, época en que se instala el verdadero triunfo de la vida.
Este año, los políticos, aparte de los resultados de Andalucía, discuten, unos sobre el deseo, y, otros, sobre la posibilidad de unas prontas elecciones generales, que llenarán de disputas, mentiras, medias verdades y demagogia, el deseo de felicidad que, con más o menos verdad, se desean los habitantes de este mundo, maltratado por el odio y la ambición.
Hay ambiente de Navidad. El Niño vuelve a nacer, los compañeros celebran comidas de “compañerismo”, las familias se reúnen – y discuten- para celebrar los acontecimientos que la tradición exige, y los comercios hacen su Agosto en Diciembre.
Cuando llegan estas fechas, se habla mucho de la religión, y, a veces, he oído hablar de la, mal llamada, guerra de religiones. Para mi, nunca han existido, porque cualquier religión, se supone que es la relación de los hombres con dioses justos, sencillos y misericordiosos. Pero, tales dioses, están creados por la imaginación interesada de los falsos profetas, que predican, como cierto, lo que desconocen. Ponen en boca, cada uno de su dios, lo que les interesa que haya dicho y mucha gente lo cree. Atraen, a jóvenes combatientes, con el señuelo de la religión, prometiéndoles los beneficios de un paraíso, y otros premios, otorgados por tan irreales dioses, que, si existieran, estarían lejos de otorgar premio alguno, más bien se sentirían avergonzados ante tanta crueldad, y correrían despavoridos, huyendo de la maldad de tan ruines adoradores.
Sabemos que las guerras nunca terminarán; que siempre, en algún lugar del mundo, el ruido de los cañones alterará la paz. Pero, al menos, espero que disfrutéis de esa paz interior, a veces desconocida, que es la base de la felicidad.
Felicidad que, de corazón, os deseo a todos.