Caminaba erguido como correspondía a su porte militar. Alto, delgado, de facciones correctas, el uniforme le daba una sugestiva distinción y su rebeldía y cierta suavidad en su modales, le impedía lograr los ascensos que su inteligencia le hubieran permitido. Se llamaba Sebastián y muchas veces pensaba que el espíritu de aquel otro, un día asaetado, se había fundido con el suyo. Cada mañana, a la misma hora, con una regularidad espartana, abandonaba su domicilio camino del regimiento donde ejercía su profesión. Tenía que atravesar las calles que lo habían visto nacer, por las que había paseado durante su juventud, siempre ridiculizado por jóvenes de su misma edad, solo porque ellos caminaban de otra manera, vestían sin el menor refinamiento y hablaban de forma grosera, sobre todo cuando se dirigían a él. Lo maltrataron, sin piedad alguna, hasta que encontró un grupo, en los que encontró apoyo y, sobre todo, en uno de ellos, amor. Ello sirvió de base para que dejaran de importarle los malos modos de sus vecinos, la risa con la que muchos disimulaban su escarnio cuando le hablaban, y los gestos con que se recreaban, a sus espaldas, cuando lo veían pasar. Volvió a renacer su fortaleza física, como pudo saber, en sus propias carnes, uno de aquellos matones cuando tuvo la mala idea de insultarle en el momento en que se cruzaron, pero no tanto como para defenderse de una cuadrilla con la que se encontró una tarde en las que olvidó las precauciones y volvía solo de su trabajo. Lo arrastraron hasta un pequeño campo solitario donde lo apalearon, físicamente lo destrozaron y hasta lo sodomizaron con una pequeña rama de árbol que le produjo enormes rasgaduras.
     En su debate con la muerte la mente lo transportó hasta aquel otro Sebastián, subido a los altares, por ser capaz de afrontar, con entereza, la orden de su Emperador, tratando de obligarle a desertar de su fe, por lo que fue azotado y encadenado, muriendo taladrada su carne con un montón de flechas, como cruel violación de su joven cuerpo.
    &nbsp Al poco tiempo de llegar al hospital dejó de sufrir. Una luz resplandeciente lo fue rodeando, consiguiendo la paz que no había podido tener en vida. Voló su espíritu hasta las inmensas llanuras verdes donde la armonía y el silencio se extendían por doquier. Y, al final, a lo lejos, con la belleza que no fueron capaces de plasmarlo tantos y tan grandes pintores, marcado con las cicatrices de las flechas, apareció San Sebastián y cogidos de la mano, caminaron juntos hasta los misteriosos campos, donde la vida es eterna.
Cuento –San Sebastián
(Porque lo nuestro es pasar)

Llegará San Sebastián
Con las espinas clavadas
Como patrón de los gays
Que lo transportan en andas

Ya llegó San Sebastián
Con las dos manos atadas
Los ojos vueltos al cielo
En postura de esperanza

Ya pasó San Sebastián
Con las llagas en la espalda
Los gays corona de espinas
Porque los heteros ladran.

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