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                         Cuento del Aborto

Laura se había casado con Andrés, Director y mayor accionista de una gran empresa, creada y dirigida, durante años, por su padre. El matrimonio, aún, no tenía hijos, y Laura hacía lo posible para no quedar embarazada. Procedía de una clase media que necesitaba trabajar para vivir. Al principio del matrimonio, dejó de hacerlo y, durante algún tiempo, prefirió acompañar a su marido en los viajes de negocios, verdadera novedad, porque tal vida era mucho más lujosa de lo que ella había imaginado. Después empezó a quedarse en casa; a salir con sus nuevas amistades; a considerar normal que alguno de los que frecuentaban sus tertulias, la acompañara, por cortesía, claro; a sentirse satisfecha cuando alguno la piropeaba; a no darle importancia a que la besaran al despedirse, como amigos, naturalmente; y se perdonaba las relaciones íntimas que tenía con Joaquín, simpático, provocador, de labia larga y porte esbelto, porque se había vuelto muy moderna, y no quería que la tildara de estrecha. Además Andrés, su marido, siempre andaba de viaje, y no iba a hacerse vieja esperando. Y, como necesitaba seguridad económica, cuando quedó embarazada, insinuó la conveniencia de hacer testamento, lo que Andrés, lógicamente, aceptó. Nombraron heredero universal a los hijos que tuvieran, y, en su defecto, a ellos, mutuamente.
Andrés a los pocos días, murió en un desgraciado accidente. Pasado el luto, lo primero que hizo Laura fue consultar su situación económica. Como ya sabía, el heredero universal, era el hijo que nacería (nasciturus), que, según la ley, ya tenía derecho a la herencia. Los padres tenían derecho a la legítima, y a ella le quedaba, esencialmente, una parte, en usufructo.
--Me quedaré sin nada, le comentó a Joaquín. El hijo tendrá los bienes, que, como es lógico, los volverá a administrar mi suegro, y mi vida dependerá de ellos. Y, también puede ocurrir, que mis suegros quieran saber, si el niño es, realmente, su nieto, y si no fuera de Andrés, podrían desheredarlo, y, consecuentemente, a mi. Abortaré, y seré la propietaria, sin que se plantee problema alguno.
--Sabes, le contestó Joaquín, que pretendes quitarle al niño dos derechos, sus propiedades y el derecho a la vida, y que tus suegros, pueden tratar de impedirte heredar, por utilizar un medio torticero, para apropiarte de todo.
--Eso no es así. He estado consultando con un amigo, que es abogado de un sindicato, y me ha dicho, que hasta las doce semanas el aborto es libre. Que no tengo que pedirle permiso a nadie, ni dar explicaciones, y al médico le puedo decir lo que quiera, cuyo motivo será el que conste en su informe, porque abortar, no es matar. Y, si es legal, mis suegros no pueden hacer nada. Parece que no has oído que las mujeres tenemos total derecho sobre nuestro cuerpo.
--Pero no hablamos de tu cuerpo, ni de matar, - porque para eso el feto tenía que estar vivo y no lo está hasta que nace, - solo hablo de los derechos que la ley le reconoce al hijo que va a nacer, dijo Joaquín.
--Tu lo que quieres es que volvamos al tiempo de las cavernas, dijo Laura indignada. Hasta han venido mujeres de toda Europa para apoyar nuestro derecho. Presumes de liberal, pero, realmente, eres un facha.
A lo que Joaquín contestó, sonriendo,
--No me tildes de facha. Una cosa es que desee que seas rica, que lo deseo. Otra es, que entienda, que el aborto sea lógico, en algunos casos, y, reconozco, que si quieres abortar, me da lo mismo, pero, aquí, los dos solos, no quieras convencerme de que puedes disponer de los derechos del nasciturus a tu conveniencia, porque solo en las peores dictaduras se puede disponer, caprichosamente, de los derechos de otro.

¡Eso sí que sería volver al tiempo de las cavernas!.

 

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