Había llegado el atardecer. En los alrededores de la casa, sentados en bancos que se apoyaban sobre árboles de gruesos troncos, se formaba la tertulia. Gente joven que hacía sus comentarios. Los hombres, sus presunciones, las mujeres, sobre todo, sus cuitas de amor y, todos, escondidos detrás de sus pensamientos. Pero María, ilusionada y correspondida, nunca participaba en tales conversaciones, donde las posturas cambiaban, de acuerdo con las personas que estaban presentes en la reunión, y las caras, eran postizas caretas del carnaval que estaba a punto de celebrarse. Prefería recordar mirando al bosque, otros atardeceres que traían el aroma de la tierra húmeda, y el pensamiento se deslizaba por distintos caminos. O cuando subían al monte por la mañana, utilizando senderos marcados por grupos de flores silvestres, regadas por un riachuelo, cuyas aguas susurraban dulces armonías, al deslizarse por un lecho de milenarias arenas y cantos rodados. El día podía transcurrir en la pequeña recolección de frutos nacidos al cobijo de los árboles; o en la satisfacción que produce respirar, y sentir, la suavidad de la hierba, cuando verdea en las alturas; o en el duro trabajo de la recogida de leña, que obligaba a la inclinación del cuerpo, como reverencia debida a tamaña riqueza. Y cuando el atardecer caía, antes de que las nubes oscurecieran los bordes de las montañas, volvían, de nuevo, a las casas, con renovada ilusión de fiesta. Sonaba la música de la charanga, mezclada con largas conversaciones y perturbadores silencios, que transcurrían, entre la risa nerviosa que produce la proximidad de la persona amada, y las quejas de amor, lanzadas con la esperanza de recobrar firmes promesas, o juramentos eternos. Nadie hablaba de deseos, nadie presumía de nada, porque el verdor de los árboles, con el fondo azul del firmamento, cumplía las expectativas del mejor regalo del día, y las ilusiones se fundían en la idea de un futuro común, caminando de la mano de la esperanza, para acoplarse a los desconocidos vericuetos de un mundo cambiante. El tiempo ha ido pasando y los nuevos tiempos han traído nuevos estilos y nuevas creencias. Ya no existen tales ilusiones, ha desaparecido la fantasía de los fetiches que señalaban los sueños de amor. María, envuelta en sus pensamientos, volvía tranquila su mente a la conversación, y recostando el pasado, en la ilusión de su presente, sabía, por los hechos y noticias que sobre tantas personas, o sobre los gobernantes de tantas naciones, se publicaban en los medios de comunicación, que el carnaval no se ciñe, solamente, al tiempo de las caretas. |
El Carnaval
(Porque lo nuestro es pasar) Va llegando el Carnaval Ha llegado el Carnaval Se ha pasado el Carnaval |